12.25.2007

CUENTO DE NAVIDAD

CUENTO DE NAVIDAD

El tiempo y el espacio quedaron congelados al descubrir el cadáver de Juan que colgaba, en hipnótico balanceo, sobre la mesa engalanada del comedor familiar. Toda la familia quedó inmóvil ante el cuadro escénico, propio de una tragedia griega. “¡Oooh, Está mueeerto!”. Clamaron a coro. El cuñado Ernesto replicó: “Siempre hay alguien que la joda”. Su hermano Felipe exclamaba: “Algo me temía. El muy cabrón, siempre hizo lo que fuera por llamar la atención.” “¡Esa joroba!, siempre la vi exagerada”. Añadió su cuñada Pepa. Su hermana Finí, la cabeza pensante de la familia, definió: “a nosotros no nos jode la noche nadie, vamos a cenar y el que no pueda que le den”. “¡Vamos y vamos!, elegir esta noche tan señalada para montar este numerito”. Dijo su madre indignada, y añadió: “¡Desde luego! ¿Eso es lo que yo te he enseñado?“. “Claro, así sabía que nos acordaríamos de él todos los días de Nochebuena. No es lo mismo morir el 7 de Febrero que el 24 de Diciembre”. Dijo un tío de Burgos que venía cada año a “disfrutar del calor familiar en estas fechas”.
Era el día de Nochebuena del año 2007. Como todos los años la familia se reunía en casa de la matriarca para la cena anual. Juan estaba muy harto de esa pantomima. Risas de calculada armonía, los chistes del gracioso de su cuñado, las muecas de Pepa y los “tú lo que tienes que hacer es…” Era el Benjamín, por lo tanto, nació el último. Y a partir de entonces era el último para todo. Además la madre naturaleza, la muy cabrona, le había “obsequiado” con un extra: un cuerpo “tuneado” con una oronda joroba que, a modo de mochila, cargaba sobre su espalda curvada por el peso. Este año la familia se había pasado con él otra vez. Repartir la herencia había supuesto que el benjamín se quedara con una parte no proporcional. Una vez más a sufrir por la falta de proporción. Durante el año, el rencor había ido gestando una hostilidad insoslayable. Había pensado en diferentes formas de vengar la afrenta, pero la que había elegido era lo más retorcido que su cerebro había sido capaz de desarrollar. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Esta vez se iban a enterar.
Ernesto y Felipe procedieron a descolgar el cadáver. “¡Cuidado con el mantel, me lo regaló la abuela!”, gritó la madre protegiendo las señas de identidad familiares. Cuidadosamente dispusieron el periódico del día sobre el mantel, que se abrió por la página de necrológicas. “Coño, cambia de página”, dijo Ernesto. EL cuerpo muerto pesaba lo suyo. Felipe, cargado con el peso, pisó la ensaladilla rusa. Su mujer lanzó un alarido desde el sofá: “¡Con lo que me ha costado!”. Al resbalar, el cuerpo de Juan cayó en el sofá sobre su cuñada Pepa, dándole con la joroba en plena cara. “Quitádmelo de encima, me va a estropear el maquillaje”. El tío de Burgos abogaba por llamar a la policía. “Sí, y que nos joda la cena y se salga con la suya. ¿Porqué no lo sentamos a la mesa?, al fin y al cabo, como nunca hablaba”. Dijo su hermana Finí. “Y hasta tiene los ojos abiertos. Sentadlo aquí, a mi lado”, añadió su hermano. Pepa le daba de cuando en cuando algún golpe en la joroba, por comprobar si no era un montaje para llamar la atención. Su hermano le propinaba collejas, en un gesto que no repetía desde la niñez. Mientras, la familia recordaba las mismas anécdotas que cada año se repetían en la cena, y que fomentaban la unión de la familia y afirmaban el rol de cada miembro. Este año el tema “estrella” era Juan. Felipe, el mayor, recordaba como Juan, el jorobado, tenía serias dificultades cuando caía boca arriba y apoyaba su joroba en la pared para darse la vuelta e incorporarse. Reían todos mientras Juan, llevaba ya puesto un gorro de papa Noel y unas gafas con bigote modelo Groucho Marx. “La familia disfrutaba del postre”. No hubo las discusiones acaloradas de otros años; Ernesto y Felipe parecían de acuerdo en casi todo, Pepa y Finí comentaban las tendencias de moda y el tío de Burgos, con las manos bajo el mantel, junto a la sonriente matriarca… No hay nada como una ofensa al grupo para fomentar su cohesión. Al acabar la cena era tradición que se cantaran villancicos. Finí “tocaba” la guitarra y los demás, como podían, desentonaban. El cuerpo de Juan se escoraba a estribor y decidieron ubicarlo en el sofá. Al no poder estirarlo, pues el rigor mortis había hecho presa de sus articulaciones, lo acostaron de lado con las piernas encogidas y mirando hacia el interior, con lo que su giba excedía los límites del asiento.
Llegaron a la casa primos y sobrinos con la alegría “natural” de esas fechas. “Y el tío Juan, ¿Qué le pasa?”. Preguntaban los niños. “Ya está borracho, como todos los años”. Informó rápidamente la hermana. “¡Tiene los ojos abiertos!”, dijeron los niños. Los sobrinos le ponían sombreros y matasuegras, le cambiaban las gafas y antifaces como si de un maniquí se tratara; jugaban con los cochecitos de papá Noel sobre el cuerpo inerte del jorobado Juan. Impregnado de restos de turrón y mazapanes, los invitados cogían los dulces de la bandeja o de la chepa de Juan indistintamente. La pandereta golpeaba sobre su joroba, que sobresalía del sofá, haciéndole partícipe de los cánticos familiares. Al cabo de un rato el cuerpo de Juan comenzaba a molestar, los niños le golpeaban y se subían por su joroba como si de un tobogán se tratase, en un intento de despertarlo. Los efluvios de la descomposición empezaban a hacerse notar. “¿Por qué no lo llevamos a la cama?”, dijo Felipe. “¡Sí, como todos los años!” Gritaron en coral acuerdo. Y es que, este tipo de rutinas vertebran la cultura familiar.
Dieron las cuatro de la mañana y ya sólo quedaban los componentes iniciales de la cena. “Llamad a la policía y que se lo lleven”. Dijo Pepa, la querida cuñada. Mientras marcaban el número, Felipe pensó en las consecuencias que, sobre las vacaciones, tendría el suceso (policía, preguntas, sepelio… Las vacaciones a tomar por culo) y propuso una solución que la familia supo apreciar.
Navidades de 2012, como cada año Juan el jorobado se sentaba a la mesa de la familia Pérez. Como toda su vida habló poco y compartió menos. Como siempre estuvo el rato justo, hasta que se acababa el segundo plato. Luego volvió al congelador que su madre, bajo llave, custodiaba todo el año esperando estas fechas tan entrañables. En las que Juan el jorobado salía, como figura del belén, para poder disfrutar del calor familiar. Y es que, en estos días tan señalados, se olvidan las diferencias y los rencores. Es lo que tienen.

NÁUFRAGOS DESATINADOS. NLCD