4.21.2008

DEL ASESINATO DE INDIVIDUIOS III

LA MALA PÉCORA

La mala pécora, la pécora negra, la oveja negra ha nacido. La oveja negra, al crecer, comenzó a distinguirse del rebaño. Una masa de uniforme color blanco, se ve rota por una “mancha” de color negro. Eso negro no podía pertenecer al blanco rebaño. Es una mala oveja, una mala pécora. El pastor sólo quiere lana blanca. Para el pastor alimentar a esa oveja es un gasto inútil, ya que su lana y la de su descendencia no será rentable, él sólo vende lana blanca. Por tanto, el único camino para ser miembro de este rebaño era ser blanca, pero nuestra protagonista se obstinaba en el negro, ¡la muy díscola! Un buen día el pastor decide deshacerse de la oveja negra, al pasar junto a un precipicio camino de los pastos, de una patada, la descarrió al vacío.

La oveja negra cayó, con mejor o peor suerte, sobre unos arbustos que le salvaron la vida amortiguando el golpe. La pequeña oveja negra dio a parar en la guarida de una loba, también negra, y que en su afán maternal, la confundió con parte de su prole y la alimentó.

La oveja creció entre lobos, comió carne de venado durante la primavera y sus caninos se afilaban, su agilidad y su velocidad la hizo destacar en las salidas de caza. La oveja negra se había convertido en un predador implacable. Todo un verano cazando en la media montaña la convierte en un destacado miembro del grupo. Un miembro muy independiente ya que no atraía para la reproducción, eso le permitía no tener que someterse al ritual del coito. El otoño deja paso al invierno, crudo como la carne de la que ahora disfrutaba. La comida comienza a escasear y la manada, como cada año desciende a los valles, su primer contacto con ellos. Con los valles aparece una nueva presa ante ella: La oveja. Un bicho de color blanco sucio que emitía un sonido pusilánime cuando se veía amenazada y con una mirada estúpida que no trasmitía más que imbecilidad (incapacidad para sostenerse sola) y nadería. Al principio algo le impedía cazar a semejante bicho, aunque era tremendamente sencillo, y el olor de su carne le repelía. Tras unos cuantos días de hambre la oveja negra comenzó a cazar ovejas blancas, aunque detestaba el sabor descafeinado de su carne fofa.

Un día quedó atrapada en un agujero lleno de cal excavado por el hombre, otro ser infame que convirtió, hace miles de años, a alguno de los suyos en fieles ovejas insulsas y sumisas que se arrastraban ante él a cambio de una caricia (lobos convertidos en ovejas, aberrante, pensó). La manada al rescatarla toda cubierta de blanco se dio cuenta del error, era una oveja y como tal fue repudiada por el grupo.

Ya sola, fue a lavarse al lago sin entender bien lo ocurrido, cómo voy a ser yo una oveja yo lanzo los más agudos aullidos que estremecen incluso a la propia manada. Al llegar al lago y ver el reflejo blanco de su figura cayó en la cuenta, ¿era una oveja? ¡No, no lo era. Era ella! Era ella, la que aullaba como ninguna, y esa mirada reflejada en el agua no era la de una imbécil, era la mirada aguda y fiera de un predador, mirada que a ella misma asustaba al verla.

Así la cosas, era una oveja pero su color la separó del rebaño, era una loba pero su aspecto ovino la separó de la manada. Tenía las habilidades del más implacable cazador y el aspecto de una inofensiva oveja, esto podía darle gran ventaja. Ahora la oveja negra conoce el premio por ser ELLA: “no ser aceptada en ninguno de los grupos”.

Hoy en día, la oveja negra vaga solitaria por montes, valles y páramos, es temida por los débiles y respetada por los fuertes, y cuando le apetece comer y no tiene nada, cuando el hambre aprieta, consiente en comer alguna de esas insípidas ovejas. Y no duda en dejar sin comida a los cazadores. No es venganza, es hambre. Al fin y a la “postre”, ellos no consideran importante a cada uno de sus individuos. Es más, los anulan. Poco importa pues, devorar una oveja o dejar a un lobo sin comida. Eso sí, siempre y cuando el grupo se mantenga. De lo contrario se le acabaría la comida, je je je ¡La mala pécora!