8.30.2016

SE LO ASEGURO, OIGA.
Tragicomedia
Sinopsis: Un vendedor de seguros apoteosis propone una póliza de único uso. Una póliza de suicidio. El perplejo cliente la trata de rehusar. Pero, ¿acaso puede?


Me llama mucho la atención la peculiaridad con la que algunas se denominan... Entre la ironía y la corrosión,  “Seguros Apoteosis” era el nombre de mi compañía de seguros. No crean que la elegí sólo por ello, soy menos idiota que eso,  me hizo decidirme también algo de mucho más calado. Elevado sobre un escudo de figuras rampantes aparecían, a modo de consigna, estas palabras: "los utilizará una sola vez". Yo sólo hubiera usado esa frase  para anunciar unos condones o, a lo sumo, unos pañuelos de papel. No entiendo muy bien para qué sirven estas chorraditas del marketing.  Sus productos, ya se los pueden imaginar: jubilación, accidentes y ¡cómo no, decesos! ¡Yo los tengo todos! ¿?
El agente y cobrador del seguro me visitaba todos los meses (a mí me gustaba que viniera el cobrador a casa, nada de eufemismos bancarios.  El cobrador le hace a uno más. . . consciente). Esa tarde quería ofrecerme una novedad, siempre en su línea de seguros que yo había dado en llamar desechables, esto es, de un sólo uso. Me gustó la fracesita. El hombrecillo de la muy aparente cartera   marrón con cierre cremallera cobró primeramente el recibo del mes y ,con una precisión de carterista del bus urbano, depositó el importe en el lado derecho de lo que parecía ser la misma cartera que, diez años atrás, usara el fenecido y olvidado  cobrador que le precedió. Debía ser un regalo de empresa con su logotipo y todo, algo de lo que, al parecer, costaba desprenderse. Parecía de piel, pero, al abrirla seguía oliendo como el primer día que la vi, o sea, a PVC.
- Vengo a ofrecerle un nuevo producto, - se explicaba -  que por ser usted beneficiario de nuestra póliza de decesos le supondrá un coste mínimo. Yo también soy un romántico… Ya no se atienden ese tipo de seguros o se pagan por el banco. Los decesos han perdido su esencia. Donde esté un sepelio con su féretro, su córpore insepulto y su oficio; que se quiten cenizas, responsos laicos y romances.
- Como le dije, - continuó -  vengo a ofrecerle nuestro último lanzamiento. Lo hemos introducido en el mercado, pensando en el futuro y anticipándonos, como siempre, a sus necesidades. Una póliza innovadora, sin precedentes y además complementaria a la de decesos; de la cual usted ya es titular. El… ¡Seguro de suicidio!– exclamó, esperando el desconcierto que no pude evitar  en mi rostro.
-¡Y yo para qué quiero un seguro de suicidio!  Yo estoy encantado con la vida - le dije en tono intimidatorio, como para tirar por tierra semejante majadería-, no tengo ninguna intención de acabar con ella. Antes al contrario, mis intenciones son de continuar aquí,  por lo menos hasta que me llegue la hora, y por lo más también.
- No… si  ya me temía… - dijo él con un tono inequívoco de decepción, como si esperara una respuesta más elaborada por mi parte-. Pero, continuó, mira  que sólo unos pocos desean morirse y, sin embargo, la mayoría de la gente paga religiosamente las cuotas mensuales de nuestro seguro de vida o decesos. Usted mismo sin ir más lejos.  Además, me ha parecido que hablaba de intenciones. ¿Quizá usted conoce cuáles son sus verdaderas intenciones? Será que tiene pocas –Ironizó subiendo de tono-.
Como ve, su argumento es pueril además de prosaico; no le da al asunto la... "altura" que requiere. Déjeme hablar Sr. Recuenco, imagine, que dentro de tres o cuatro años, tras una grave crisis existencial (que aunque suene algo trasnochado, haberlas… hay las) usted decide de forma voluntaria y sin ningún tipo de coacción acabar con su vida. ¿Por qué?, a nosotros eso no nos interesa. Pero,  no sé, digamos que le da por ahí. ¿Qué haría? ¿Saltar, dejarse caer desde el más alto de los puentes de la ciudad?
-Me pone en un dilema, pero quizá sí -, respondí sin mirarlo siquiera, intentando desalentarlo. Con escaso resultado, como verán.
-¡Eso es! - me largó él -, ¡Así, a lo loco!, sin tener en cuenta las consecuencias, que  serían tan impactantes para usted  como lo serían para su familia, en quienes al parecer no ha pensado. Es cierto que no puede estar uno en todo. Imagine a su hijo o a su esposa, o mejor a ambos que es peor, en el depósito de cadáveres e intentando reconocerle entre el amasijo de vísceras, cachos de carne y trozos de escombro incrustados a sus restos mortales. Ese ser que tanto amaron  les abandona de esta forma tan inesperada y tan “precipitada”. Luego, los amigos  insistiendo en ver  su escoria, y usted… Bueno, es un ejemplo, no quiero yo tampoco entrar en detalles morbosos que no aportarían nada. Pero, bueno, y usted, repito, hecho trozos y con el rostro desfigurado. ¿Lo ve?, sin una buena planificación, las cosas no pueden salir bien. Ahí es cuando aparecemos nosotros, que para eso estamos los profesionales. Nosotros, desde la frialdad de la distancia, planificaríamos cada paso necesario para poder realizar un suicido en condiciones  letales, pero al mismo tiempo manteniendo las formas y la parsimonia necesarias. Con un protocolo de actuación que, ¡ríase usted de Arturo & Enderson!, nos proporcionó la certificación de calidad “ISO 9000”, garantizando la seguridad irrevocable y redundante de nuestros servicios en un bucle que siempre pasa por un cliente satisfecho. Un equipo multidisciplinar estudiaría su caso para recomendarle, de nuestro catálogo, aquel suicidio que más le conviniese y le entrenaría en la consecución del  mismo con total garantía. Si no queda contento…y con esto va a quedarse muerto, con perdón, ¡le devolvemos el dinero!  Contamos con una extensa carta: precipitación, ingestas, mutilaciones, autolesiones letales y, cómo no, un extenso apartado de suicidios y gestos suicidas de lo más literario. Usted en la bañera, con un brazo colgando fuera de la misma, en cuya mano aún sostiene una nota explicativa.  Estética, conjugar la estética con el método. Ese es nuestro secreto. Pues, nuestros fundamentos descansan sobre sólidas bases filosóficas. Y eso, créame Sr Recuenco, da una tranquilidad… Nada de locuras a lo Bovary, ¡arsénico; una barbaridad! Horas y horas de estertores agónicos con insoportables dolores… No, no, nada de eso. Usted no padecería esos suplicios, porque nuestro equipo le aconsejaría de un modo aséptico y amoral, el tipo de sustancia a utilizar para no sufrir dolor alguno. ¿Qué es usted, una persona de altos vuelos, un lanzado?, pues le impartimos unas clases de salto, en las que un acróbata especializado le enseñará los secretos para precipitarse con, digamos, la calma  necesaria. Su interior quedará destrozado, pero su inmaculado aspecto externo le permitirá salvar el lance del tanatorio con la dignidad que usted, nuestro cliente, se merece. Guardando las apariencias (porque aparente es como quedará. Eso sí, sólo aparente) y evitando las habladurías morbosas  a las cuales el personal es tan aficionado. Ahí, el impacto será para los asistentes al velatorio. Usted ahí, sin vida. Pero, muy aparente; se le rifarán las plañideras; de las otras salas desfilarán en procesión para ver su cuerpo inerte, paradigma del tan oído “¡Míralo, parece que vaya a echar a andar!”, la envidia del tanatorio. Claro, que ellos no saben la labor callada y metódica que hay detrás: dirección, attrezzo, ensayos, maquillaje…
- ¡Yo no quiero suicidarme!- pude meter entre frase y frase de semejante verborrea.
- ¡Déjeme terminar, no sea maleducado! - me largó, para seguir con su discurso. Lo sabía, no tardaba en "ganármela", pensé -. Y todo, le decía, Sr. Recuenco. Atiendame, que no me atiende. Y todo, contando con la inestimable compañía de uno de nuestros agentes, que le ayudará ante cualquier duda instrumental o contratiempo (nada de ñoñerías ni arrepentimientos de última hora, ¡eh! Con el gasto ya hecho). Al tiempo se levantará acta y juntos darán fe de la correcta aplicación del protocolo. No sabe usted lo importante, lo trascendente en este caso que puede llegar a ser un protocolo.
 ¿Qué desea,  sólo un gesto suicida?, esto es, no quiere matarse pero, para manipular a determinada persona desea montar una escena trágica. Aquí es donde nuestra portentosa imaginación alcanza las cotas más elevadas de realismo,  fundiéndose en una nueva esencia. La realidad imitando al arte.
Por otra parte, tenemos una modalidad realmente innovadora, el suicidio por poderes. Le explico. Pongamos lo siguiente, usted desearía suicidarse pero, por motivos en los que nosotros no entraremos, no quiere quitarse la vida. ¿Le  parece absurdo? Bien, pero nosotros no somos quiénes para cuestionar sus decisiones. En ese caso seleccionamos a una persona (normalmente será un pobre) que tras recibir poderes notariales firmados por usted, procedería a realizar el suicidio como si del Sr. Recuenco se tratara. Podría usted viajar, digamos, a las Bahamas; mientras un indigente se estaría suicidando por usted en Barcelona. Así, suicidado a efectos legales, su familia cobraría la correspondiente reparación económica.
- ¡Pero… eso me parece indigno… Indigno e inmoral! - repliqué yo saliendo, como pude, del estado hipnótico en el que me había sumido el torrente discursivo.
- ¿Inmoral? Sr. Recuenco, nosotros somos una empresa. No entramos en disquisiciones  morales. Resolvemos problemas, ofrecemos soluciones, somos esclavos de los deseos de nuestros clientes, mártires de nuestras pólizas, náufragos en sus fracasos. ¿Le gustaría a usted que, llegado el momento, nos pusiéramos exquisitos y sembráramos la duda sobre la costosa, firme y ecuánime decisión de abandonar este mundo, por la cual usted puede haber optado tras una dolorosa discusión consigo mismo? ¡A qué no! Pues eso, ese es nuestro lema. No vamos nosotros a enmendarle la plana y querer saber mejor que usted, nuestro cliente, lo que quiere hacer con su vida o… sin ella. Libre albedrío amigo Recuenco, libre albedrío. No me diga usted, que el tema del libre albedrío no viene aquí “pintiparado”. Si usted quiere mantener en jaque a su familia y amigos ante la posibilidad de quitarse la vida, nuestro equipo multidisciplinar le proporciona gestos tan seguros para su integridad como creíbles de cara a la galería; de esta forma, ni el más lanudo de los psiquiatras podrá descubrir, ni siquiera atisbar, sus verdaderas intenciones. Con respecto al indigente, ¿qué quiere que le diga?, el darwinismo social… es lo que tiene.
-¡Pero si yo… yo soy feliz!- le indiqué, no ya sin cierta… sí, sí, cierta. Cierta… inseguridad.
- ¡Feliz… feliz!, la felicidad está sobrevalorada. La felicidad es inestable: hoy está y mañana no. ¿Recuerda el caso de Juan Lucena?, hace un mes se quitó la vida precipitándose desde un  ático en Benidorm (no es por echarnos flores, con perdón, pero fue una auténtica obra de arte, cuyos detalles  sería ocioso traer aquí a colación). Bien, pues cuando contrató nuestra póliza, dos meses antes, decía disfrutar de la vida como un enano. A nosotros nos hizo la puñeta, porque sólo había pagado dos mensualidades, con lo costoso que es un suicidio por precipitación, ¡y desde esa altura! Pero, a lo que íbamos; como ve, la felicidad es efímera y veleidosa, diría yo. No puede uno andar por ahí fiándose de semejante concepto, tan voluble, tan… caprichoso. Esto es un valor seguro, nuestro gabinete jurídico está gestionando con la agencia tributaria su inclusión entre las desgravaciones fiscales en la declaración de la renta. Además, a quien consiga no suicidarse (todo un mérito con la que se nos viene encima) le será reintegrada la capitalización a los 70 años, próxima edad de jubilación, en forma de plan de pensiones. Un sobresueldo  que, sumado a su exigua o inexistente paga de jubilación, le permitirá disfrutar de la vejez. Si el destino se lo permite y el sistema de salud pública sobrevive a estos tiempos catastróficos y a otros peores que vendrán y harán de estos buenos.
Por otro lado, si tan satisfecho está de su vida, ¿cómo es que lleva quince minutos escuchándome?.  Atisbo un brillo en su mirada que, en mi opinión, va más allá de un interés por el aspecto meramente teórico de la cuestión. Perdone la interpretación, nada más lejos de mi intención el influir en  una decisión tan personal como ésta. Pero… ¿puedo tutearte?, gracias. Dime Lucas, seamos sinceros ¿quién no ha pensado en alguna ocasión en el suicidio? –Dijo como esperando una confidencia.-
- ¿A dónde quiere ir a parar? - pregunté “algo” escamado.
-¿Tú-tienes-claro-que–esa-afirmación-gratuita-de-tu-satisfacción-vital-no–trata-de-esconder-cierto-instinto-auto-destructivo-que–no--te--atreves-a–encarar-debido-a-un-rígido-superyó-producto-de-una-estricta-educación-judeo-cristiana-que-castiga-cualquier-atentado-contra-la-vida-como-un-atentado-contra-dios-único, verdadero y propietario-de-ese-preciado-don? Y esto es sólo una pregunta, entiéndeme. No quisiera …- Dijo quedándo sin apenas aliento.
- ¿Qué dice de es eso de…de… gratuita? Dije yo balbuceante mientras me agarraba, como si de una barandilla se tratase, a la única palabra que había entendido.
- Sí, gratuita. Yo no te pregunté si eras feliz, sólo te ofrecí mi producto. ¿No será  esa felicidad, proclamada sin que nadie la hubiera mentado, sólo una necesidad, o peor, una pueril esperanza de que todo cambie,  para poder seguir soportando esta vida gris y mediocre a la que te ha tocado resignarte? ¿A quién pretendes engañar? – sentenció con superioridad y, lo que más me jodió, condescendiente.
- ¡Pero usted es, es…! - intenté replicar.
- Usted es, usted es… ¡Diga, diga! Lo entiendo, es mejor echar la culpa a los demás que asumir esa realidad. Nuestra compañía y yo, como su representante, nos hacemos cargo. Somos así de estoicos. Eso lo tenemos, mire usted.
- ¡Lárguese usted de mi casa! - Le empujé bramando como un venado en plena berrea.
- ¿No lo ve?, esto es una muestra más de su insatisfacción. Desplaza sobre mí el odio  que en realidad tiene hacia su propia vida ante su incapacidad para reconocerlo. ¿No quiere firmar? ¡Yo no le veo muy seguro!
- ¡Se largue, coño! – vomité.
- Bueno, si cambia de opinión, ahí le he dejado mi tarjeta. ¡Que luego vienen las madres mías! Y yo no me hago responsable si no ha firmado, ¡que lo sepa! Intento  aclararle las ideas y mira como me trata. – Y se marchó dando un portazo a mi ingratitud.
- Y es que yo, no me pienso suicidar, que no ¡Se lo aseguro, oiga!

No hay comentarios:

Publicar un comentario